El ego y el delirio

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Debemos enfrentar un hecho aterrador, ya que, delirante en su angustiante volatilidad, en su elusivo contenido, es un horizonte temporal entre el significado y la nada. Entender el contenido del delirio puede revelar una comprensión superior de su fenomenología general, particularmente si queremos mejorar el recuento científico actual de los procesos neurocognitivos que se pierden característicamente con la aparición del delirio. En teoría, el delirio se puede entender como una constelación de características que pueden organizarse en signos objetivos y síntomas subjetivos (Franco et al., 2013).

El ego es el lugar de toda experiencia y es el foco de lo que consideramos que es un componente clave de nuestra conciencia. Para comprender el vínculo entre las diferentes características del delirio, debe llevarse a cabo una explicación conceptual del ego. En The Ego and the Id , Freud resume y desarrolla el concepto del ego. El ego fue teorizado por Freud como un sentido de I, y como una entidad que permite a un ser humano interactuar con el mundo externo del entorno y el mundo interno de la psique. El ego no debe ser concebido como una entidad psicológica corpuscular, sino como un complejo de procesos psicológicos que tienen dimensiones tanto conscientes como inconscientes (Freud, 1923). El ego como un todo coherente se refiere a un gran número de funciones psicológicas interrelacionadas, tales como, 1) cognición ejecutiva, 2) homeostasis psicológica, 3) compromiso social y lenguaje, y 4) la relación de desarrollo entre identificar y el arquetipo del Ser. Las prioridades finales del ego son significar al sujeto con cohesión y significado, es decir, la psique puede soportar un sufrimiento intolerable independientemente de la distancia del proceso de simbolización. El estado de conciencia alterado más común que se encuentra en la sociedad es lamentablemente uno patológico, el delirio. Para comprender la experiencia del delirio, su relación con el sueño y la neurobiología subyacente derivada de la evolución que los vincula a ambos, es imperativo que el agente psicológico de la experiencia, el ego, se entienda claramente. A tal efecto, se requiere una explicación de lo que experimenta el ego del paciente y el profesional de la salud. El delirio de forma unitaria está, por lo tanto, envalentonado por la separación conceptualmente falsa de dos loci de experiencia.

La experiencia del delirio del profesional de la salud ha sido codificada sistemáticamente e investigada a través del lente de instrumentos y teorías derivados científicamente. Al analizar pacientes con delirio se ha encontrado que tienen un riesgo significativo de resultados clínicos adversos y trágicos que oscilan entre los focos de morbilidad y mortalidad elevadas (Kakuma et al., 2003; Leslie et al., 2005; Kiely et al. ., 2009). Pero a pesar de sus amplias implicaciones para los pacientes y los componentes identificables de su etiología, es poco reconocido y peor aún mal diagnosticado en la práctica clínica (Kishi et al., 2007, Collins et al., 2010).

El delirio es una entidad fenomenológica compleja que es tan única como la psique que la experimenta. Sin embargo, las conceptualizaciones modernas del delirio se han visto influenciadas por las herramientas utilizadas para evaluar, detectar y analizar su naturaleza compleja y transitoria (Adamis et al., 2010, 2013). Los estudios que analizan la fenomenología del delirio se han basado previamente en métodos transversales y, por lo tanto, han presentado una imagen estática del delirio. Dado que el delirio es una condición fluctuante y reversible, un análisis preciso de su fenomenología debe tener en cuenta estas características clave. Por lo tanto, la caracterización precisa de su naturaleza debe basarse en el análisis longitudinal de la misma (Adamis, 2009).

Las alteraciones de los dominios cognitivos en el delirio se han organizado en cognición general (atención, orientación, labilidad afectiva, memoria a corto plazo y memoria a largo plazo) y disfunciones cognitivas superiores (trastorno del lenguaje y del pensamiento) (Franco et al., 2013). Aunque el análisis estadístico ha indicado una organización aproximada entre la cognición general y superior, estos términos son muy vagos y no son isomórficos con sustratos neurobiológicos claramente definidos (Tittle y Burgess, 2011; Cabeza y Moscovitch, 2013). Para decirlo de otra manera, las categorías de cognición general y cognición superior reflejan relatos incompletos de la cognición, en lugar de reflejar la evidencia empírica obtenida de la neurociencia contemporánea e integrada a una teoría refinada de la disfunción cognitiva del delirio (Pessoa, 2008; Waring et al. , 2010; Chou et al., 2013). Uno de los componentes clave de la investigación futura debería ser el reexamen de estos dominios cognitivos en términos de conciencia primaria y secundaria y el desarrollo de evaluaciones basadas en procesos dentro de esas formas de conciencia.