Cuando la gentrificación llega a casa
Para cuando pude hablar, había decidido no hacerlo. Tenía un pasaporte y una maleta azul Samsonite y habíamos vivido en más habitaciones de hotel, albergues y sótanos de lo que mis padres podían contar, mi padre orbitaba en un ciclo esquizofrénico inofensivo pero perpetuo que lo hacía murmurar tonterías rimadas: menta, pista, entrecerrar los ojos. […]