Para aquellos de ustedes que siguen mis publicaciones relacionadas con la educación (aquí hay un manual), saben que no soy fanático de las pruebas en las escuelas públicas ya que actualmente se conciben y se usan. En mi opinión, el carro está firmemente delante del caballo, donde el caballo de la educación de calidad está siendo arrastrado por el carro de las pruebas en lugar de ser el más apropiado al revés. Mis preocupaciones son innumerables:
Pero, ¿qué pasaría si las escuelas tuvieran que "probar la enseñanza"? En otras palabras, use la prueba como un medio para evaluar qué tan bien están aprendiendo los estudiantes el plan de estudios que les enseñan sus maestros (en lugar de que el plan de estudios esté compuesto por lo que se necesita para pasar las pruebas). De hecho, como sugiere Susan Engel, destacada investigadora educativa, se podrían desarrollar pruebas para medir casi todo lo que los estudiantes aprenden, tanto en términos de temas (por ejemplo, historia, ciencia y vocabulario) como de habilidades para la vida (por ejemplo, pensamiento abstracto y resolución de problemas). Y, los resultados de estas pruebas podrían ser herramientas mucho más útiles para mejorar la calidad de la educación y cerrar la brecha de rendimiento que el uso erróneo actual de las pruebas.
Los educadores coinciden en que las pruebas tienen valor cuando cumplen una función positiva en la mejora de las experiencias educativas de los niños:
¿Qué impide a los Estados Unidos utilizar las pruebas para avanzar realmente en nuestros objetivos de educación pública? ¿Qué hay de la conveniencia, en una cultura que busca soluciones rápidas y el camino de menor resistencia? O, miopía, donde los políticos que legislan la reforma de la educación pública están más interesados en el teatro político y las contribuciones de campaña que las soluciones sustanciales. O bien, una desconexión entre lo que los investigadores y los profesores han demostrado que funciona y lo que los políticos y los burócratas escolares quieren creer funcionará. O intereses creados, como dichos políticos y burócratas escolares, sindicatos de docentes, compañías de pruebas y editores de libros de texto, que se benefician más por mantener el status quo. Todas estas fuerzas crean una inercia (piense en tratar de cambiar la trayectoria de un asteroide que se precipita a través del espacio) que es prácticamente imposible de cambiar.
Lo triste es que aquellos que más sufren, es decir, nuestros hijos, no tienen nada que decir al respecto y quienes los abogan no tienen poder para expresar su opinión.