La desconexión psicológica digital

En 2002, el Centro de Investigación Pew utilizó la frase "desconexión digital" para describir la brecha entre los estudiantes inteligentes de Internet y el sistema escolar, entonces no tan inteligente, que aún no había reconocido el valor educativo de Internet. Otra forma de desconexión digital puede ser psicológica. La desconexión psicológica digital; es decir, el de la disminución de la conciencia emocional y las conexiones, puede surgir cuando una sociedad interactúa cada vez más con los dispositivos que directamente con las personas. Algunas de las rutas pueden ser las siguientes: 1.) una comunidad digital permite la expresión directa y truncada de los propios pensamientos (por ejemplo, mensajes de texto) y las emociones de uno (por ejemplo, emojis); o 2.) su anonimato anima a la gente a expresar opiniones muy duras acerca de otros o sus esfuerzos; o 3.) permite juicios instantáneos disponibles en el ciberespacio sobre otros que están extendidos y son difíciles de eliminar; o 4.) una disminución de la expresión íntima y privada de las emociones con respecto a uno mismo y a los demás.

Si la comunicación digital se convierte en la forma predominante de interactuar con los demás, podemos arriesgarnos a perder la capacidad de "leer" expresiones faciales sutiles en la comunicación, reconocer los límites psicológicos y comprender al ver y experimentar cómo nuestras comunicaciones impactan a los demás. Más profundamente, si la comunicación digital se convierte en el principal modo de relación, puede llevar a que las interacciones interpersonales cara a cara sean extrañas e incómodas, y por lo tanto evitadas.

Históricamente, podemos observar fácilmente cómo las innovaciones tecnológicas han impactado y también han moldeado nuestras interacciones sociales. Por ejemplo, se puede argumentar que la televisión influenció fuertemente nuestras ideas de familia (a menudo en forma idealizada), se convirtió en la "niñera" y en muchos sentidos cambió la dinámica familiar (por ejemplo, muchas familias tenían más probabilidades de ver a una familia de televisión interactuando una manera directa y divulgativa que realmente involucrarse en dicha comunicación con los miembros de su propia familia).

Si bien la era digital imbuye a nuestra vida con una conectividad instantánea y de amplio alcance, también crea pseudo-conectividad, donde los "amigos" pueden ser "miles", sin embargo, puede que no haya una sola persona que viva y respire con la que haya una verdadera conexión emocional. La psicología humana está "cableada" hacia un deseo de encajar con los demás. Pertenecer sigue siendo crítico para una sensación de bienestar. Psicológicamente, esa sensación de "no encajo" puede ser devastadora. Cuando uno se siente desconectado puede llevar a sentirse "menos que" los demás. Puede engendrar un sentimiento de alienación, falta de validación y sentirse juzgado y rechazado. O puede provocar ira (piense en la violencia cometida por el individuo enajenado y aislado). O puede contribuir a aversión al riesgo y a evitar a otros por miedo al rechazo o la incomodidad.

Curiosamente, la desconexión se observó incluso antes de la era digital. En la década de 1950, el teólogo Paul Tillich observó esta paradoja: a medida que los estadounidenses estaban experimentando una floreciente prosperidad, también había una creciente sensación de desapego y cuestionamiento. Tillich denominó a este "no ser", o vacío psicológico, experimentado como una sensación de estar separado de los demás, de las fuerzas creativas que lo rodean y de la conectividad con los demás. Si bien Tillich identificó el período posterior a la Segunda Guerra Mundial como la "era de la ansiedad" en el siglo XXI, puede haber una desconexión aún más profunda.

Sin embargo, debe reconocerse que la revolución digital ha tenido un impacto positivo para muchos en su capacidad para formar relaciones interpersonales. Por ejemplo, la creciente popularidad de los sitios de citas en la computadora ha resultado en numerosos enfrentamientos que conducen al matrimonio y a relaciones íntimas a largo plazo. Además, las personas que buscan otras personas con creencias o pasatiempos similares han formado vínculos estrechos a través de sus conexiones a Internet. Una persona aislada o interna que puede no haber tenido los medios para conocer a alguien con intereses similares, ahora puede comunicarse y encontrar personas de ideas afines a través de las salas de chat. Claramente, cualquier actividad llevada al extremo o usada exclusivamente corre el riesgo de limitar el potencial de una persona para desarrollar otros canales y oportunidades para la conexión emocional.

El tema crítico a considerar es si la próxima ola de avances tecnológicos hará que la conectividad humana en persona sea irrelevante. ¿Pueden satisfacerse todas nuestras necesidades de manera virtual? ¿El mundo digital que ahora habitamos corre el riesgo de crear una generación de personas emocionalmente evitativas, desapegadas y embotadas? O, tal vez personas excesivamente egocéntricas que carecen de empatía por los demás; es decir, una sociedad, compuesta en el mejor de los inadaptados y en el peor de los psicópatas? Algunas personas pueden descartar estas preocupaciones atribuyéndolas a los traficantes de miedo tecnofóbicos. Pero eso no tiene sentido en el interrogatorio: ser conscientes de lo que perdemos cuando adoptamos sin pensar la tecnología. Las conexiones emocionales y físicas positivas con las personas conducen a la empatía, que es una dimensión profunda de la experiencia humana. Es lo que promueve la amabilidad, la preocupación y el altruismo; alimenta el espíritu humano y es algo que no queremos perder.