Mirando a Dios a los ojos

¿Alguna vez te ha pasado esto? Estás en una fiesta y la persona con la que intentas conversar está continuamente escudriñando a la multitud sobre tu hombro. Es tan irritante cuando alguien no hace contacto visual. Te sientes desconectado, enojado, despedido.

Por supuesto, lo contrario también es cierto. Una de las mejores sensaciones es cuando alguien te mira a los ojos y establece una conexión significativa. Es entonces cuando el momento se vuelve personal; es entonces cuando nuestras defensas caen, y los niveles de intimidad y honestidad aumentan.

Lamentablemente, los seres humanos tienden más hacia el comportamiento del cóctel. Es la regla clásica del lenguaje corporal: cuando estamos escondiendo algo o nos sentimos inseguros, aburridos o enojados, nos alejamos y retractamos nuestra mirada. ¿Por qué? Porque no puedes esconderte cuando miras a alguien a los ojos. Como dice el viejo refrán, "los ojos son la ventana al alma".

Entonces me vino la pregunta: ¿cómo se verían afectadas nuestras vidas espirituales si miramos a Dios a los ojos?

Mirar a Dios a los ojos significa ser honesto y vulnerable; estar dispuesto a abrirse, dispuesto a hacerlo personal, dispuesto a permitir que Dios escuche en las ventanas de nuestras almas.

Si bien puede sonar un poco intimidante, en realidad no es tan difícil. Si Dios es el gran creador del universo, como se dice en el Génesis, entonces los ojos de Dios se pueden encontrar en cualquier lugar que miremos. Quizás es algo tan obvio como la reciente luna llena. O tal vez los ojos de Dios se encuentran en los ojos de aquellos que amamos, a los ojos de un extraño o incluso en lo más profundo de nuestro corazón.

Si verdaderamente miramos a Dios a los ojos, tal vez podríamos involucrar a la naturaleza de una manera más espiritual; dando gracias por la belleza que encontramos todos los días.

O quizás nos tomemos un tiempo para escuchar a un ser querido, afirmándolos a través del don de estar presentes.

En lugar de alejarse de las imágenes desagradables en el periódico o la televisión, tal vez haríamos un mayor esfuerzo por mirar al extraño a los ojos, sentir su dolor, sentir empatía con su situación.

Y si buscamos los ojos de Dios en nuestro propio corazón, tal vez seríamos más honestos al reconocer nuestras propias deficiencias, luchas y miedos.

Durante esta primavera emergente, intente mirar a Dios a los ojos. Cuando abrimos las ventanas de nuestra alma, Dios nos mira, Dios nos conoce, y a través de esa conexión íntima y honesta, somos sanados.