Lo bueno y lo malo de la sensibilidad

Ser sensible es algo bueno, ya que te lleva al mundo que te rodea. Te alerta sobre el peligro; también es la base de la empatía.

Pero ser sensible es de doble filo, ya que puede conducir ya sea en una dirección pro-social o en egoísta. El psicólogo C. Daniel Batson ayuda a explicar esta posibilidad haciendo la distinción entre empatía y angustia personal. Batson encuentra que hay dos tipos de sensibilidad. Uno es empatía y el otro lo llama angustia personal. La sensibilidad que experimentas como aflicción personal puede hacerte sentir ansioso, incómodo, causar alarma o preocuparte, algo bueno cuando hay peligro. Si este es el caso, entonces la persona intentará reducir esos sentimientos desagradables huyendo o atacando la fuente de angustia.

En las relaciones personales, la persona motivada por la angustia personal ayudará a los necesitados si la ayuda es fácil y no causa mayor angustia. Pero si la ayuda no es fácil, entonces un remedio efectivo para estos malos sentimientos es cerrar los ojos o alejarse. Todavía otra posibilidad es evitar ver el problema en primer lugar. Si me enfermo al ver a las personas sin hogar en la calle, puedo encontrar una ruta diferente a la tienda de comestibles para no tener que ver a los mendigos.

Batson dice que aquellos que sienten empatía en lugar de angustia personal son más propensos a volverse hacia las necesidades de los demás. Tal vez algunas personas se inclinan a sentir angustia personal y otras hacia la empatía como una cuestión de temperamento. O puede ser que la angustia personal es empatía demasiado lejos, como una sobredosis de algo bueno o enfermarse con demasiada vitamina A.

Otra posibilidad es que la persona altamente sensible se sienta abrumada por lo que debe hacerse para aliviar las tristezas del mundo. No capaz de ser un santo, la persona puede ser inmovilizada. De manera similar, la combinación de ser un perfeccionista y ser sensible puede llevarlo a no hacer nada. La inacción se racionaliza como "Si no puedo hacerlo bien, prefiero no hacerlo en absoluto".

El perfeccionismo en un mundo imperfecto a menudo conduce a racionalizar la indiferencia moral. En estos casos, la sensibilidad puede duplicarse en sí misma. En lugar de servir como el marco para la virtud, la sensibilidad puede producir lo contrario de la virtud de la compasión, es decir, el vicio de la indiferencia. Este es solo un ejemplo de la noción de Aristóteles de que la virtud es el término de oro entre dos extremos.