¡Solo di sí!

¡SÍ!
Todos hemos escuchado la frase frecuentemente repetida, "Simplemente di no". Se ha utilizado para responder a las drogas, los alimentos o incluso a otras personas, una forma de establecer límites. Pero hay una invitación real en la frase opuesta … solo di que sí. En nuestra elección de Barack Obama, dijimos "sí" a la esperanza. Dijimos que sí a algo nuevo, algo esperanzador, algo más grande: una posibilidad. "Sí, podemos" nos ha movilizado hacia la posibilidad de ser un país mejor, mejores personas.

¿Todavía podemos decir "sí" cuando toda esa esperanza y promesa no ha florecido como deseábamos? ¿Podemos decir "Sí" frente a un desastre ambiental que continúa semana tras semana? ¿Y a qué decimos que sí? No a la complacencia. Ni pasividad. Ni la ira ni la violencia, decir "Sí" a la culpa es fácil, pero no ayuda. "Sí" a la responsabilidad sí. "Sí" para cambiar hace. "Sí" a aprender lecciones difíciles sí.

Decir que sí es un regalo que debemos aceptar. Retenidos por miedo o consuelo, culpa o desesperanza, decimos que no. Inseguros de nosotros mismos, nos alejamos. Al carecer de confianza, nos quedamos quietos. Pero decir que sí, a algunas de las muchas invitaciones que se nos presentan todos los días, permite el despliegue de posibilidades: la posibilidad de ser mejores, más de lo que realmente somos. Decir sí a la llamada del Sí mismo es nuestra obra más importante. Y al decir "sí" seremos parte de la solución … a cualquier problema que tengamos que enfrentar, individual y globalmente,

En el ritmo acelerado de la vida, es difícil escuchar estas invitaciones, y mucho menos tomarse el tiempo para responder. Y la invitación viene con frecuencia. No en un sobre sellado, sino en la conciencia pasajera de una Llamada, la voz apacible, la sincronicidad, la puerta abierta repentinamente. Puede ser el cambio de conciencia o la visión repentina de un pájaro. Puede ser una imagen aterradora del derrame de petróleo en nuestras aguas. La invitación puede venir en technicolor: ¡Haz esto ahora! Lo más probable es que llegue en silencio, sin demanda, sin consecuencias, sin una promesa de recompensa o una amenaza de castigo. La invitación viene porque es de nuestro Ser a nosotros mismos. No hay nadie para juzgarnos por responder o no. Pero en algún lugar de nosotros, sabemos, cuando escuchamos la invitación, queremos decir que sí. Queremos, desde lo más profundo de nosotros.

¿Escribí esa carta que quería, a un amigo necesitado? ¿He disminuido la velocidad para oler las rosas … ¿He recordado decirle a mi esposo, a mis hijos, a mis padres que los amo? ¿Tomo tiempo para acariciar al perro? ¿Cómo he respondido al derrame de petróleo? ¿Hay algo para mí que hacer? ¿Es una acción exterior? uno interno? ¿Una carta? ¿Una llamada? ¿Una oración? ¿Una petición?

¿Me he reído? ¿He llorado? ¿Cuándo fue la última vez que leí un poema? ¿He salido y saboreado la tierra?

Las invitaciones son pequeñas. No es probable que se nos pida que salvemos el mundo. Pero se nos pide que todos los días seamos fieles a nosotros mismos. Esta es la invitación a la que simplemente decimos que sí.