Una historia Zen inolvidable sobre "Dejar ir"

Existe una historia Zen clásica de dejar ir que se cuenta en muchas versiones diferentes. Uno de mis favoritos aparece en un libro para lectores jóvenes de Jon J. Muth llamado Zen Shorts.

Dos monjes que viajaban llegaron a una ciudad donde había una mujer joven esperando para levantarse de su silla de manos. Las lluvias habían hecho charcos profundos y no podía cruzar sin estropear sus túnicas de seda. Ella estaba parada allí, muy enojada e impaciente. Ella estaba regañando a sus asistentes. No tenían dónde colocar los paquetes que tenían para ella, así que no podían ayudarla a cruzar el charco.

El monje más joven se dio cuenta de la mujer, no dijo nada, y pasó caminando. El monje mayor la levantó rápidamente y la puso sobre su espalda, la transportó a través del agua y la colocó del otro lado. Ella no le agradeció al monje mayor, simplemente lo apartó del camino y se fue.

Mientras continuaban su camino, el joven monje estaba meditabundo y preocupado. Después de varias horas, incapaz de mantener su silencio, habló. "Esa mujer de allí era muy egoísta y grosera, ¡pero la recogiste en tu espalda y la llevé! ¡Entonces ni siquiera te lo agradeció!

"Dejé a la mujer hace horas", respondió el monje mayor. "¿Por qué todavía la llevas?"

Se siente bien dejarlo ir, no cuando otras personas nos dicen que "dejemos ir y avancemos", pero cuando nosotros mismos vemos la necesidad de hacerlo. Dejar ir no significa olvidar o blanquear el comportamiento de la otra persona. Significa protegernos de los efectos corrosivos de quedar atrapados. La ira y la amargura crónicas disipan nuestra energía y minan nuestra creatividad. Cada uno de nosotros tiene una cierta cantidad de energía que alimenta nuestro espíritu. Si el cinco por ciento -o el setenta y cinco por ciento- de esa energía se dirige a cargar a alguien que nos ha perjudicado, entonces ese mismo porcentaje no está disponible para otras actividades.

Si la ira nos mantiene atrapados en el pasado, no estaremos completamente en el presente, ni podemos avanzar hacia el futuro con todo nuestro potencial de optimismo y esperanza. No necesitamos perdonar una mala acción en particular cuando la otra persona no reconoce genuinamente el error.

Pero necesitamos, con el tiempo, disipar su carga emocional. Necesitamos aceptar la realidad de que a veces el malhechor es inalcanzable y no se arrepiente, y tenemos la opción de llevar la maldad sobre nuestros hombros o no.